Autora: Ana Muñoz


La adolescencia es un periodo de transición entre la niñez y la edad adulta. Al igual que otros periodos de transición en la vida, supone cambios importantes en una o más áreas del desarrollo.

Por lo general, se considera que la adolescencia comienza en la pubertad, que es el proceso que lleva a la madurez sexual.

Los cambios biológicos que indican el final de la niñez producen un crecimiento rápido en estatura y peso, cambios en la forma y las proporciones del cuerpo y el logro de la madurez sexual.

La adolescencia es también un proceso social y emocional. Se considera que comienza alrededor de los 12 años y termina hacia los 20. Sin embargo, la adolescencia no está marcada de un modo estricto. Antes del siglo XX los niños se consideraban adultos cuando maduraban físicamente o cuando empezaban a realizar algún oficio. En la actualidad, en cambio, el inicio de la edad adulta es mucho menos claro. Esto es debido a que la pubertad comienza antes que en épocas pasadas y a que la sociedad actual es mucho más compleja y requiere más tiempo para la educación, lo cual retrasa la entrada en la edad adulta.

La edad adulta puede definirse de diversos modos. La definición legal marca una edad determinada, como los 18 años, que varía en los diferentes países. Según las definiciones sociológicas, las personas se consideran adultas cuando pueden mantenerse por sus propios medios o han elegido una profesión, se han casado o han formado una familia.

Las definiciones psicológicas consideran que la madurez mental se alcanza al lograr la capacidad para el pensamiento abstracto; la madurez emocional se logra cuando se alcanzan metas como descubrir la propia identidad, independizarse de los padres, desarrollar un sistema de valores y establecer relaciones maduras de amistad y amor. En este sentido, algunas personas jamás abandonan la adolescencia, sea cual sea su edad cronológica.

Desarrollo cognitivo: el pensamiento del adolescente

El adolescente típico suele estar lleno de dudas. Los niños suelen tener opiniones claras acerca de todo, y esas opiniones y modo de pensar casi siempre reflejan las ideas y pensamientos de sus padres. No obstante, en la adolescencia, empiezan a cuestionar todas estas ideas, las opiniones de sus padres no les parecen tan válidas y ellos no responden a todas sus preguntas. Son conscientes de que esas son las opiniones de los demás e intentan buscar sus propias verdades, las cuales surgirán de su propio desarrollo intelectual.

El pensamiento del adolescente difiere del pensamiento del niño. Los adolescentes son capaces de pensar en términos de lo que podría ser verdad y no sólo en términos de lo que es verdad. Es decir, pueden razonar sobre hipótesis porque pueden imaginar múltiples posibilidades. Sin embargo, aún pueden estar limitados por formas de pensamiento egocéntrico, como en el caso de los niños.

El nivel más elevado de pensamiento, el cual se adquiere en la adolescencia, recibe el nombre de pensamiento formal, y está marcado por la capacidad para el pensamiento abstracto. En la etapa anterior, llamada etapa de las operaciones concretas, los niños pueden pensar con lógica solo con respecto a lo concreto, a lo que está aquí y ahora. Los adolescentes no tienen esos límites. Ahora pueden manejar hipótesis y ver posibilidades infinitas. Esto les permite analizar doctrinas filosóficas o políticas o formular nuevas teorías. Si en la infancia sólo podían odiar o amar cosas o personas concretas, ahora pueden amar u odiar cosas abstractas, como la libertad o la discriminación, tener ideales y luchar por ellos. Mientras que los niños luchan por captar el mundo como es, los adolescentes se hacen conscientes de cómo podría ser.

Factores que influyen en la madurez intelectual

Aunque el cerebro de un niño se haya desarrollado lo suficiente como para permitirle entrar en la etapa del pensamiento formal, puede que nunca lo logre si no recibe suficientes estímulos educativos y culturales. En la adolescencia, no solo hay una maduración cerebral, sino que el ambiente que rodea al adolescente también cambia, su ambiente social es más amplio y ofrece más oportunidades para la experimentación.

Todos estos cambios son fundamentales para el desarrollo del pensamiento. La interacción con los compañeros puede ayudar en este desarrollo. Según las investigaciones realizadas en Estados Unidos, cerca de la sexta parte de las personas, nunca alcanza la etapa de las operaciones formales.

Características típicas del pensamiento de los adolescentes

Encontrar fallas en las figuras de autoridad. Las personas que una vez reverenciaron caen de sus pedestales. Los adolescentes se hacen conscientes de que sus padres no son tan sabios ni saben todas las respuestas, ni tienen siempre razón. Al darse cuenta de eso, tienden a decirlo alto y claro con frecuencia. Los padres que no se toman estas críticas de modo personal, sino que las consideran como una etapa del crecimiento y desarrollo de sus hijos, son capaces de responder a esos comentarios sin ofenderse y reconocer que nadie es perfecto.

Tendencia a discutir. A menudo, los adolescentes usan la discusión como un modo de practicar nuevas habilidades para explorar los matices de un tema y presentar un caso desde otros puntos de vista. Si los padres animan a sus hijos a participar en debates acerca de sus principios, mientras evitan llevar la discusión a título personal, pueden ayudar a sus hijos en su desarrollo sin crear riñas familiares.

Indecisión. Dado que los adolescentes acaban de hacerse conscientes de todas las posibilidades que ofrece y podría ofrecer el mudo, tienen problemas para decidirse incluso en las cosas más sencillas. Pueden plantearse diversas opciones y medir las consecuencias de cada decisión durante horas, incluso aunque se trate de temas poco importantes.

Hipocresía aparente. A menudo, los adolescentes no reconocen la diferencia entre expresar un ideal y buscarlo. Así, pueden usar la violencia en una marcha a favor de la paz, o protestar contra la polución mientras arrojan basura a la calle. Aún deben aprender que no basta con pensar sobre los valores, sino que deben vivirse para lograr un cambio.

Autoconciencia. La autoconciencia se relaciona con la tendencia a sentirse observados y juzgados por los demás. Los adolescentes pueden ponerse en la mente de otras personas e imaginar lo que piensan. Sin embargo, como tienen problemas para distinguir entre lo que les interesa a ellos y lo que les interesa a los demás, suponen que los demás piensan de ellos igual que ellos mismos. Así, cuando un o una adolescente ve un grupo de chicos riéndose, "sabe" que se están riendo de él o ella. Aunque este tipo de autoconciencia se da también entre los adultos, en los adolescentes se da de un modo más intenso y son mucho más sensibles a las críticas, de modo que es importante que los padres se abstengan de ridiculizarlos o criticarlos en público.

Centrarse en sí mismos. Los adolescentes suelen creer que ellos son especiales, que su experiencia es única y que no están sujetos a las mismas leyes que rigen el mundo. Esto puede llevarlos a asumir conductas de riesgo, porque piensan que nada malo va a pasarles a ellos. Por ejemplo, una adolescente puede pensar que ella no va a quedarse embarazada, o que no va a acabar enganchada a las drogas, aunque tenga comportamientos de riesgo en ambos sentidos.

No obstante, hay que tener en cuenta que este "optimismo ingenuo" puede darse en adultos en la misma medida. Es decir, cuando se les pide que evalúen, por ejemplo, su riesgo de morir en un accidente de tráfico, adolescentes y adultos pueden responder de manera similar. La diferencia es que el adulto aplica este modo de pensar en la práctica (siendo más prudente al volante, usando cinturón, etc.) y el adolescente es más propenso a no hacerlo.

Desarrollo moral

Según las etapas del desarrollo moral de Kohlberg, los adolescentes, al igual que la mayoría de los adultos, suelen estar en el nivel II, que incluye las etapas 3 y 4. Es decir, han interiorizado los estándares de los demás y se ajustan a las convenciones sociales, apoyan el status quo y piensan en términos de hacer lo correcto para complacer a otros u obedecer la ley. Solamente un pequeño número de personas parece alcanzar el nivel III, tanto en la adolescencia como en la edad adulta.

El ambiente que rodea a los adolescentes ejerce una influencia sobre su desarrollo moral. La moralidad tiene al menos dos dimensiones: justicia en relación con los derechos del individuo, y cuidado derivado de un sentido de responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás. La teoría del Kohlberg se centra en la primera dimensión, la justicia, que parece ser un punto de vista con una orientación más masculina. La investigadora Carol Gillian ha considerado la moralidad desde un punto de vista más femenino, con énfasis sobre la responsabilidad en las relaciones. Para evaluar el desarrollo moral de las personas desde esta perspectiva se utiliza la entrevista de la ética del conflicto, en la que se presenta a los adolescentes un conflicto de la vida real y se pregunta a los adolescentes qué debería hacer la persona implicada en dicho conflicto. Los niveles de la ética del conflicto aparecen en la tabla. Parece ser que cuanto mayor sea la edad del sujeto, se obtiene mayores niveles en la ética del conflicto.

Nivel

Descripción

1. Supervivencia

Cuidar de sí mismo para garantizar la propia felicidad y evitar sufrir o ser herido

1.5. Transición de la supervivencia a la responsabilidad

Un nuevo entendimiento de la conexión entre el yo y los demás, junto con el concepto de egoísmo. Aunque consciente de las necesidades de los otros, el cuidado de sí mismo sigue siendo lo más importante.

2. Bondad

Cuidar de los demás elaborando el concepto de responsabilidad: Lo "correcto" se define por la iglesia, los padres, la sociedad, etc. Consideran que es egoísta actuar en su propio interés y que deben poner los intereses de los demás por encima de los propios

2.5. Transición de la bondad a la verdad en la relación

Reconsideración de la relación entre el yo y el otro: ¿Es "bueno" proteger a los demás a expensas de uno mismo? Más flexibilidad, análisis y lucha con los dilemas.

3. Cuidar de sí mismo y de los demás

Se centra en la dinámica de las relaciones mediante un nuevo entendimiento entre los demás y el yo: condena herir y explotar; toma la responsabilidad por las opiniones. Consideran que es tan malo ignorar sus propios intereses como ignorar los de los demás. Un modo de llegar a este entendimiento procede del interés por tener una conexión profunda con los demás. Una relación implica a dos personas, y si una de ellas es menospreciada o se menosprecia a sí misma en favor del otro, la relación se daña.


La influencia de la familia en el desarrollo moral

Los padres pueden ayudar a los adolescentes a alcanzar niveles más altos de desarrollo moral si les dan la oportunidad de hablar, presentar e interpretar dilemas morales y exponerlos ante personas con un desarrollo moral ligeramente superior. Cuando se hace esto, los niños y adolescentes que avanzan más son aquellos cuyos padres emplean el humor y elogian las intervenciones de sus hijos, los escuchan, les preguntan sus opiniones y les animan a participar de otras formas. Los niños que menos avanzan son aquellos cuyos padres hacen un discurso de sus propias opiniones o desafían las de sus hijos con preguntas o contradicciones, haciendo que los adolescentes se pongan a la defensiva.

El desarrollo moral elevado parece depender de la capacidad de ser consciente de la naturaleza relativa de los estándares morales; es decir, la sociedad evoluciona hacia su propia definición de lo bueno y lo malo y los valores de una cultura pueden ser diferentes a los de otra.

Desarrollo social y de la personalidad

Quizás la tarea más importante de la adolescencia consiste en la búsqueda (o más bien la construcción) de la propia identidad; es decir, la respuesta a la pregunta "quién soy en realidad". Los adolescentes necesitan desarrollar sus propios valores, opiniones e intereses y no sólo limitarse a repetir los de sus padres. Han de descubrir lo que pueden hacer y sentirse orgullosos de sus logros. Desean sentirse amados y respetados por lo que son, y para eso han de saber primero quienes son.

El niño logra su identidad mediante un proceso de identificación con los demás, haciendo suyos los valores e ideas de otros. Los adolescentes, en cambio, han de formar su propia identidad y ser ellos mismos. Uno de los aspectos más importantes de esta búsqueda de identidad consiste en decidir que profesión o carrera desean tener.

La confusión de la identidad típica de la adolescencia, los lleva a agruparse entre ellos y a no tolerar bien las diferencias, como mecanismos de defensa ante dicha confusión. A veces también muestran su confusión actuando de maneras más infantiles e irresponsables para evitar resolver conflictos o actuando de manera impulsiva y sin sentido.

La crisis de identidad

Los adolescentes pueden entrar en una etapa de crisis de identidad. Durante esta etapa analizan sus opciones y buscan llegar a comprometerse con algo en lo que puedan tener fe. Así, un adolescente puede optar por entrar en una ONG, ir a la universidad, dar clases de baile, hacerse vegetariano, etc. Con frecuencia, estos compromisos de carácter ideológico o personal ayudan a formar la identidad y moldean la vida en los años siguientes. El nivel de confianza que los adolescentes tengan en sus compromisos influye en su capacidad para resolver sus crisis de identidad.

De la crisis de identidad surge la fidelidad a algo, la lealtad, la constancia o la fe y un sentido de pertenencia. No es raro que la crisis de la identidad pueda durar hasta cerca de los 30 años.

Si bien durante la infancia es importante confiar en otros, sobre todo en los padres, durante la adolescencia es importante confiar en uno mismo. También transfieren su confianza de los padres a otras personas, como amigos íntimos o parejas. El amor es parte del camino hacia la identidad. Al compartir sus pensamientos y sentimientos con otra persona en quien confía, el adolescente está explorando su identidad posible, y viéndola reflejada en la otra persona, a través de la cual puede aclarar mejor quien es. No obstante, la intimidad madura, que implica compromiso, sacrificio y entrega, no se alcanza hasta haber logrado una identidad estable.

El psicólogo James E. Marcia clasificó a las personas en cuatro niveles de identidad:

1. Exclusión. En este nivel existe un compromiso pero no ha habido crisis. En él, la persona no ha dedicado tiempo a dudar y considerar las alternativas (no ha estado en crisis) sino que se compromete con los planes de otra persona para su vida. Suele tratarse de personas con altos niveles de autoritarismo y pensamiento estereotipado obedecen la autoridad, se rigen por un control externo, son dependientes y presentan bajos niveles de ansiedad. Pueden sentirse felices y seguros, tienen vínculos familiares estrechos, creen en la ley y el orden y se vuelven dogmáticos cuando alguien cuestiona sus opiniones. Los padres de estos adolescentes suelen involucrarse demasiado con los hijos, evitan expresar las diferencias y usan la negación y la represión para evitar manejar cosas que no les agradan.

2. Moratoria (crisis sin compromiso). Es el adolescente en crisis; considera diversas alternativas, lucha por tomar una decisión y parece dirigirse hacia un compromiso. Probablemente logrará la identidad. Estas personas suelen tener altos niveles de desarrollo del yo, razonamiento moral y autoestima. Se muestran más ansiosos y temerosos del éxito. A menudo mantienen una lucha ambivalente con la autoridad paterna.

3. Logro de identidad (crisis que lleva al compromiso). En este nivel, el adolescente se ha comprometido con algo después de un periodo de crisis; es decir, después de un tiempo dedicado a pensar y sopesar alternativas. Son personas con altos niveles de desarrollo del yo y razonamiento moral. Se rigen por un control interno, tienen seguridad en sí mismas, alta autoestima y funcionan bien en condiciones de estrés y cercanía emocional. Los padres de estos adolescentes estimulan la autonomía y la relación con los profesores; las diferencias se analizan de un modo colaborador.

4. Confusión de la identidad (sin compromiso, crisis incierta). En este nivel puede o no haberse considerado las opciones, pero se evita el compromiso. Son adolescentes superficiales e infelices, a menudo solitarios. Tienen un bajo nivel de desarrollo del yo, razonamiento moral y seguridad en sí mismos; presentan habilidades deficientes para cooperar con los demás. Los padres de estos adolescentes no intervienen en su crianza, los rechazan, los ignoran o no tienen tiempo para ellos.

Relación con los padres

Un aspecto importante de la búsqueda de la identidad es la necesidad de independizarse de los padres. Las relaciones con personas de su misma edad se vuelve especialmente importante y los adolescentes dedican gran parte de su tiempo libre a pasarlo con personas de su edad, con quienes pueden identificarse y sentirse cómodos.

Aunque tiende a considerarse que los adolescentes suelen rebelarse ante los padres, lo cierto es que el rechazo de los jóvenes hacia los valores de los padres suele ser parcial, temporal o superficial, pues los valores de los adolescentes tienden a permanecer más cerca de sus padres de lo que suele creerse. Aunque pueden darse algunos conflictos, la mayoría de los adolescentes tiene una relación positiva con sus padres, comparte sus valores en temas importantes y valora su aprobación.

Los adolescentes se encuentran en un estado de tensión constante debido a la necesidad de independizarse de sus padres y su dependencia de ellos. Y los padres suelen vivir un conflicto similar, pues desean que sus hijos se independicen al tiempo que desean conservarlos dependientes. Como resultado, pueden darles a sus hijos mensajes dobles, pues dicen una cosa pero comunican la opuesta con sus acciones.

Las diversas investigaciones realizadas indican que solamente entre el 15 y el 25 % de las familias tiene conflictos importantes con sus hijos adolescentes y, por lo general, los conflictos han aparecido antes de que los hijos lleguen a la adolescencia.

En la mayoría de los adolescentes, los conflictos con los padres suelen estar relacionados con temas de la vida cotidiana, como las tareas domésticas, los estudios, los horarios, las amistades, etc. Al final de la adolescencia, el conflicto es más probable cuando se trata de temas relacionados con el consumo de alcohol o la sexualidad. Por lo general, la discordia aumenta a comienzos de la adolescencia, se estabiliza hacia la mitad de esta etapa y disminuye después de que el adolescente ha alcanzado los 18 años.

Los padres han de encontrar el equilibro entre dar a sus hijos suficiente independencia y protegerlos de su inmadurez. Si la independencia emocional de la familia se da demasiado pronto puede tener consecuencias negativas, como aislamiento del adolescente, influencia de compañeros negativos, comportamiento insano, consumo de drogas o actividad sexual prematura. No obstante, es importante que los padres permitan a sus hijos asumir algunos riesgos. Emprender alguna actividad nueva, enfrentar un nuevo desafío, hacer nuevos amigos, aprender alguna habilidad difícil o resistir la presión de los compañeros son retos que llevan al crecimiento.

El tipo de paternidad que parece aportar el mejor equilibrio es la democrática, pues ofrece aceptación y calidez, capacidad para actuar según normas y valores, deseo de escuchar, explicar y negociar, otorgar autonomía psicológica y animar a los hijos a formar sus propias opiniones. Los padres democráticos ejercen control sobre su hijo o hija pero no sobre su sentido de sí mismo o identidad. Conceder autonomía psicológica ayuda a los hijos a ser más responsables; la calidez en la relación ayuda a fortalecer la autoestima y las habilidades sociales, y el control del comportamiento les ayuda a controlar el comportamiento impulsivo típico de la adolescencia.

Los padres democráticos explican sus razones a sus hijos. De este modo reconocen que los adolescentes pueden evaluar las situaciones de manera inteligente. Cuanto más fuerte sea el interés de los padres en la vida de sus hijos, más probable es que estos logren metas más altas.

El futuro profesional

Uno de los dilemas de la adolescencia consiste en decidir qué hacer una vez finalizados los estudios. ¿Estudiar una carrera? Si es así, ¿qué carrera? ¿Buscar un trabajo? ¿Formación profesional? Estas son preguntas típicas en la adolescencia para las que muchos no han encontrado una respuesta clara.

Al planear un futuro profesional, los niños y adolescentes atraviesan tres etapas: el periodo de fantasía, el periodo de ensayo y el periodo realista. El periodo de fantasía se da en los años de escuela elemental y las opciones que tienen en cuenta son activas y emocionantes, más que realistas. Cerca de la pubertad entran en el periodo de ensayo; en este periodo hacen un esfuerzo mayor y más realista para tratar de que sus opciones estén mas de acuerdo con sus capacidades y valores. Al final de la escuela secundaria están ya en el periodo realista y planean la educación necesaria para alcanzar sus metas.

La falta de información puede ser un obstáculo a la hora de elegir un futuro profesional. La mayoría de los adolescentes sólo conocen un número muy limitado de las ocupaciones existentes; en muchos casos, aunque conozcan la existencia de una profesión determinada, no saben qué tipo de tareas realiza una persona que se dedique a eso, o pueden no saber qué tipo de educación necesitan tener para realizar un trabajo determinado. Muchos jóvenes desconocen el mercado laboral y cómo pueden adaptarse a él, de modo que avanzan con grandes dificultades. Muchos no aprenden las destrezas que necesitan para llegar a una buena posición; otros toman trabajos por debajo de sus capacidades, otros no encuentran trabajo.

El estímulo de los padres y su apoyo financiero constituyen una influencia importante en las aspiraciones y el logro de sus hijos. Si los padres no estimulan a sus hijos a buscar una mejor educación y no les ayudan económicamente para poder ir a la universidad, la situación se hace más difícil para ellos, incluso aunque consigan becas.