Autora: Ana Muñoz

La hipertensión es un problema muy frecuente que consiste en una elevación crónica de la presión arterial. Se estima que el 25 % de las personas son hipertensas. Su prevalencia aumenta con la edad y tiende a ser más grave en adultos jóvenes. Es uno de los factores de riesgo más importantes tanto en la enfermedad coronaria como en los accidentes cerebrovasculares. También puede conducir a una insuficiencia cardíaca congestiva, disección aórtica e insuficiencia renal.

La presión arterial

El término “presión arterial” hace referencia al nivel de “fuerza” o “presión” que existe en el interior de las arterias. Esta presión es producida por el flujo de sangre. Cada vez que late el corazón, sube la presión. Y entre latidos, cuando el corazón está en reposo, esta presión baja.

La presión sanguínea se escribe a menudo utilizando dos números. El número superior (presión sistólica) representa la presión cuando el corazón está latiendo. El número inferior (presión diastólica) representa la presión cuando el corazón está descansando entre latidos. Se considera que una presión diastólica sostenida mayor de 90 mm Hg o una presión sistólica sostenida mayor de 140 mm Hg constituyen hipertensión.

Causas

En cerca del 90 al 95 % de los casos, la hipertensión es idiopática (de causa desconocida) y recibe el nombre de hipertensión esencial. Aunque no se puede identificar una causa única, varios factores de riesgo, que veremos más adelante, pueden contribuir a su aparición. En el resto de los casos, suele ser consecuencia de alguna enfermedad renal o, con menor frecuencia, se debe al estrechamiento de la arteria renal, habitualmente por una placa ateromatosa.

Tipos de hipertensión

La hipertensión (tanto esencial como secundaria) puede ser benigna o maligna. En la mayoría de los casos la hipertensión se mantiene en un nivel leve o moderado y estable durante años o décadas, siendo compatible con una larga vida. Es la hipertensión benigna. La hipertensión maligna se produce en un 1- 5 % de los casos en los que se da un aumento rápido de la tensión arterial que, si no es tratado, conduce a la muerte en un año o dos. Comprende una hipertensión grave (tensión diastólica mayor de 120 mm Hg) insuficiencia renal, hemorragias en la retina (que pueden causar ceguera) y daño a otros órganos vitales. A veces, se produce en personas que previamente tenían una tensión normal, pero lo más frecuente es que aparezca en personas con hipertensión benigna, tanto esencial como secundaria.

Cómo se desarrolla la hipertensión

El corazón bombea la sangre por las arterias para suministrar oxígeno y nutrientes a todos los órganos del cuerpo. Con cada latido, ciertos impulsos nerviosos provocan que las arterias se ensanchen o se contraigan. Si las arterias se ensanchan, la sangre bombeada fluye con más facilidad. Pero si las arterias se contraen, el flujo de sangre es restringido, de ahí que suba el nivel de presión interna contra las paredes de las arterias. Cuando esto sucede, el corazón debe esforzarse más y, con el tiempo, las arterias se dañan por el resultante aumento de la fricción interna.

Efectos de la hipertensión

El corazón, los riñones y el cerebro pueden soportar un aumento de presión durante muchos años sin que se produzcan síntomas. Por eso se la ha llamado el asesino silencioso.

La presión arterial alta hace que el corazón deba esforzarse más de lo normal, de modo que se incrementa la probabilidad de que se lesionen las arterias o el corazón. La presión arterial aumenta el riesgo de ataques al corazón, ataques al cerebro, insuficiencia renal, trastornos oculares, insuficiencia cardíaca congestiva y aterosclerosis.

Si no se trata la presión arterial, el corazón debe trabajar cada vez más para bombear sangre y oxígeno a los órganos y tejidos del cuerpo. Si se ve obligado a trabajar más que lo normal, a largo plazo el corazón suele engrandecerse y debilitarse.

La presión arterial alta también daña las paredes de las arterias y arteriolas. Con el tiempo, éstas se cicatrizan, se endurecen, se vuelven más gruesas y pierden elasticidad, disminuyendo su capacidad para aportar sangre a los órganos del cuerpo. Este aumento del grosor hace más estrechas las arterias. Si un coágulo de sangre obstruye el flujo sanguíneo al corazón o al cerebro, puede producir un ataque al corazón o un accidente cerebrovascular.

Factores de riesgo

Los factores de riesgo para la hipertensión son diversos y pueden influir de manera individual o combinada en su desarrollo:

Edad: la hipertensión es más frecuente a medida que se envejece. A partir de los 45-50 años, las probabilidades de desarrollar hipertensión aumentan significativamente, especialmente en hombres, aunque las mujeres también pueden estar en riesgo después de la menopausia.

Genética: tener antecedentes familiares de hipertensión aumenta el riesgo. La predisposición genética juega un papel importante en la aparición de la hipertensión esencial.

Sexo: los hombres tienden a desarrollar hipertensión a edades más tempranas que las mujeres. Sin embargo, después de la menopausia, las mujeres tienen un mayor riesgo debido a cambios hormonales.

Sobrepeso y obesidad: el exceso de peso corporal aumenta la probabilidad de sufrir hipertensión, ya que sobrecarga el corazón y los vasos sanguíneos, aumentando la resistencia vascular.

Dieta alta en sodio (sal): un consumo elevado de sal puede elevar la presión arterial, especialmente en personas sensibles al sodio. También es importante tener en cuenta el consumo excesivo de alimentos procesados, que suelen ser ricos en sal.

Baja ingesta de potasio, calcio y magnesio: estos minerales son esenciales para la salud cardiovascular. Una dieta deficiente en estos nutrientes puede contribuir al aumento de la presión arterial.

Sedentarismo: la falta de actividad física regular puede llevar a un aumento de peso y a una mayor rigidez de los vasos sanguíneos, lo que eleva la presión arterial.

Consumo excesivo de alcohol: el abuso de alcohol puede incrementar la presión arterial y contribuir a otros factores de riesgo como el sobrepeso y la dislipidemia.

Fumar: el tabaco daña los vasos sanguíneos, lo que aumenta la presión arterial. Además, fumar afecta a la circulación sanguínea y acelera el envejecimiento de los vasos.

Estrés crónico: el estrés constante puede elevar la presión arterial a corto plazo y, en algunas personas, contribuye a hipertensión crónica debido a la liberación constante de hormonas como la adrenalina.

Enfermedades crónicas:

  • Diabetes tipo 2: las personas con diabetes tienen un mayor riesgo de desarrollar hipertensión.
  • Enfermedades renales: los trastornos renales pueden alterar el equilibrio de líquidos y electrolitos, lo que puede elevar la presión arterial.
  • Apnea del sueño: la apnea del sueño no tratada puede causar un aumento significativo de la presión arterial.

Uso de ciertos medicamentos: algunos medicamentos, como los anticonceptivos orales, los antiinflamatorios no esteroides (AINEs) y los descongestionantes, pueden aumentar la presión arterial como efecto secundario.

Trastornos hormonales: trastornos como el hipertiroidismo o el síndrome de Cushing pueden causar hipertensión secundaria debido a la alteración de los niveles hormonales.

Factores psicológicos: la personalidad del hipertenso

Suele tratarse de personas que presentan un conflicto entre sus impulsos agresivos, por un lado, y su necesidad de dependencia, por otro lado. Son personas excesivamente adaptadas, condescendientes, pasivas, con gran tendencia a evitar conflictos, que suelen contener sus emociones, tanto positivas como negativas. Suelen negar los conflictos y no percibir el estrés o negarlo. En sus relaciones familiares suele darse una comunicación negativa no verbal, como volver la cabeza, no dar respuestas, evitar la mirada. Se trata de comportamientos que los niños aprenden en sus familias, lo cual explicaría que la hipertensión se de en varios miembros de la misma familia.

La comunicación dentro de estas familias es escasa, destacando más la observación, la contención y el control, en vez de la participación, la expresión o la confianza. De esto se deduce que la persona hipertensa que responda a estas características de personalidad podría beneficiarse de una terapia psicológica que le enseñara a comunicarse de un modo más efectivo, manejando adecuadamente sus impulsos agresivos y expresándolos de un modo asertivo.

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