Autora: Ana Muñoz


Aunque se trata de una enfermedad infecciosa controlable y curable, dista mucho de estar erradicada. Al menos un tercio de la población mundial está infectada con el bacilo de la tuberculosis. Es una de las enfermedades asociadas al SIDA más importantes y se considera que mientras el SIDA no sea controlado, es poco probable que la tuberculosis pueda ser eliminada.

La tuberculosis es una infección crónica producida principalmente por Mycobacterium tuberculosis. Se transmite por vía aérea, al toser o expectorar. Una vez que entra en el pulmón, los mecanismos de defensa del árbol respiratorio son incapaces de impedir que lleguen hasta los alveolos pulmonares, donde encuentran las condiciones adecuadas para multiplicarse. El bacilo produce en los alveolos una inflamación inicialmente mínima. Allí las células defensivas llamadas macrófagos los fagocitan (los incorporan en su interior para digerirlos) y los transportan a los ganglios linfáticos. Sin embargo, no son destruidos en el interior de los macrófagos sino que se multiplican en su interior, destruyendo un gran número de ellos y se liberan al interior del ganglio donde pasan a la sangre venosa y se diseminan por todo el organismo. Sin embargo, para multiplicarse necesitan oxígeno, de modo que no suelen causar daños en órganos como la médula ósea, hígado o bazo. En cambio, los bacilos que llegan a los vértices del pulmón, riñón, metáfisis óseas y corteza cerebral encuentran condiciones favorables para su crecimiento e invaden los linfáticos de esas zonas.

Esta primera infección suele ser asintomática y se desarrolla en 3-10 semanas. Durante este tiempo el organismo desarrolla una hipersensibilización al bacilo, de modo que las células inmunitarias son ahora capaces de destruirlo. Así, los bacilos implantados en un órgano mueren o permanecen en estado de latencia en el interior de los macrófagos, de modo que no llega a desarrollarse la enfermedad.

Sin embargo, estos bacilos que permanecen en estado de latencia en algún órgano son capaces de reactivarse meses o años después. Esto suele ocurrir en casos en los que el sistema inmunitario se ve deprimido, como en la desnutrición, enfermedades debilitantes, insuficiencia renal crónica, diabetes, neoplasia, tratamientos prolongados con glucocorticoides y otros fármacos inmunodepresores, y sobre todo el SIDA. Las alteraciones inmunológicas que acompañan al SIDA facilitan la aparición de tuberculosis de reactivación y la progresión rápida de infección a enfermedad.

Aunque como decíamos antes, diversos órganos pueden verse afectados, lo más frecuente es la afectación del pulmón, que da lugar a tuberculosis pulmonar.

Cuando el bacilo se reactiva, el organismo está ya sensibilizado. Es decir, si en la primera infección las células defensivas no fueron capaces de destruirlo, ahora sí lo son. El bacilo es envuelto rápidamente por linfocitos T sensibilizados. Estos linfocitos atraen a monocitos y los transforman en macrófagos tan activos que son capaces de destruir a los bacilos. Se forma así el llamado tubérculo de Köster. El tubérculo es una estructura defensiva muy eficaz, suficiente para eliminar la infección y destruir todos o casi todos los bacilos en la mayoría de los casos. No obstante, en algunas personas la respuesta inmune se retrasa o es frenada por factores supresores, de modo que el bacilo tiene tiempo de multiplicarse tanto que requiere una concentración muy grande de células defensivas que, en su lucha contar el bacilo, destruyen zonas del pulmón.

La tendencia evolutiva es hacia la fibrosis (formación de tejido cicatricial) como forma de curación. Las lesiones fibrosas determinan una serie de modificaciones anatómicas que, si son generalizadas, pueden dar lugar a insuficiencia respiratoria.

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Bibliografía:
- Farreras, Rozman. Medicina interna. Mosby/Doyma libros
- Patología estructural y funcional. Robbins. Interamericana-McGraw-Hill
- Manual de patología general. S. de Castro del Pozo. Masson
- Tratado de fisiología médica. Guyton. Interamericana-McGraw-Hill