Autora: Ana Muñoz


La infección genital que causa el virus herpes hominis tipo II es la enfermedad venérea más frecuente. Se piensa que guarda relación con el desarrollo de carcinoma cervical (del cuello del útero).

Se transmite de persona a persona a través de las relaciones sexuales, ya que el virus se encuentra presente en las secreciones genitales. Existen otras formas de contagio por las que este virus llega a zonas no genitales, como ojos y piel, como puede ser el caso de los recién nacidos de madres infectadas, o el caso de los homosexuales que utilicen el sexo anal o, incluso, tras manipular las lesiones con los dedos.

Es más frecuente a partir de la pubertad, en ambientes socioeconómicos desfavorecidos, en ambientes de prostitución, y en relación con otras enfermedades de transmisión sexual.

Patogenia

Cuando el virus entra en contacto con la piel y mucosas genitales de la persona contagiada, provoca una rotura de las células a las que infecta, junto con una inflamación en la zona, que explica la aparición de vesículas.

Desde allí pasa por vía linfática hacia los ganglios linfáticos regionales, donde queda atrapado. Si supera esta barrera, se extiende por vía sanguínea hacia el resto del organismo (viremia o presencia de virus en sangre). Después, asciende por las fibras nerviosas sensitivas hasta los ganglios sensitivos dorsales correspondientes a la zona afectada, como ganglios sacrolumbares.

Allí, el virus permanece en ellos durante toda la vida de forma latente, aunque sólo se activa ante determinados desencadenantes, como la fiebre, el estrés, la menstruación o la neumonía por neumococo. Al reactivarse, el virus viaja por esas mismas fibras nerviosas hacia la piel de la región genital, reproduciendo las vesículas propias del cuadro clínico.

Síntomas

En el caso del herpes femenino, los síntomas se caracterizan por la aparición de vesículas en la vulva, vagina o cérvix (cuello uterino), aunque pueden extenderse a la zona perineal y los muslos. Posteriormente, estas lesiones se ulceran y producen cierto grado de malestar general, fiebre, irritación, dolor al orinar, hormigueos o parestesias, tenesmo y dolor durante las relaciones sexuales o dispareunia. También se producen adenopatías o ganglios agrandados dolorosos en la ingle.

En más raras ocasiones, se crea un cuadro de meningitis o encefalitis, con rigidez en la nuca, o bien una hepatitis viral herpética con hepatomegalia (agrandamiento del hígado) dolorosa. Cuando el cuadro clínico desaparece, el virus se vuelve a retirar a los ganglios sensitivos lumbosacros, en espera de otro nuevo factor desencadenante que volverá a provocar las manifestaciones clínicas. La frecuencia de aparición de síntomas varía mucho según la persona, pudiendo aparecer entre una vez al mes y una vez cada seis meses. Cuando las recurrencias de la enfermedad son muy frecuentes, se pueden producir una obstrucción de la uretra y una fusión de los labios vulvares debido al tejido cicatricial producido para curar estas lesiones.

Aunque es poco frecuente, también puede producirse la infección del feto, cuando este virus atraviesa la placenta y produce en el recién nacido las siguientes alteraciones: cabeza pequeña, ojos pequeños o microftalmia, hepatomegalia, convulsiones, hemorragias y retraso mental.

Diagnóstico

Para hacer el diagnóstico, además de observar la sintomatología (con la aparición de vesículas), se hace un estudio microscópico de estas lesiones que permite observar unas células gigantes con muchos núcleos, que a su vez tienen inclusiones dentro de ellos que corresponden a los virus que contienen.

Tratamiento

Se usan antivirales. Como prevención se recomienda el uso de preservativos y la cesárea en partos en los que la madre padezca la enfermedad.