Autores: Juan José Cañas Serrano. Psicólogo. Universidad Nacional de Colombia Perito Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Edna Patricia Camargo. Psicóloga. Universidad Antonio Nariño Docente Universidad Autónoma de Bucaramanga


Todo proceso judicial tiene como objetivo la búsqueda de la verdad, lo que conlleva, en muchos casos, reconstruir los hechos a través de los testimonios. Cuando se habla de éstos, necesariamente hay que contar con su posible distorsión, problema crucial para la Administración de Justicia.

Es usual que los jueces les soliciten a los psicólogos forenses ayuda para determinar la credibilidad de las versiones del sindicado, la víctima y los testigos. Para realizar esta tarea en forma idónea se requiere tener máxima claridad respecto a las características que diferencian las declaraciones falsas de las verdaderas. Es innegable la relevancia legal de este enfoque, ofrece la posibilidad de contar con un instrumento de medida que pueda evaluar en forma empírica y objetiva la veracidad de una declaración, sin tener que contar con la presencia del declarante.

Existe un interés creciente por la veracidad de las denuncias en los casos de abuso sexual infantil, ello obedece, en esencia, a dos circunstancias: 1. La gravedad de las consecuencias derivadas de la existencia de este tipo de delitos, desde las perspectivas psicológica y social. 2. El incremento, en los últimos años, de las denuncias falsas (Torres, 1995). Hay que señalar que la evaluación de la veracidad del testimonio en menores víctimas de abuso sexual constituye un auténtico reto en la práctica clínico-forense, es una intervención psicológica de alto nivel.

Pareciera adecuado, antes de continuar, diferenciar los términos credibilidad y veracidad de los testimonios. Una versión resulta creíble cuando los comportamientos, los sentimientos, las creencias del menor son consonantes con la narración. La validez entraña un nivel de exigencia mayor, un testimonio es válido o veraz sólo cuando la narración constituye una representación correcta de lo ocurrido, corresponde a lo sucedido (Echeburrúa y Guerricaechevarría, 2000).

En el Abuso Sexual Infantil (ASI), una vez que se produce la denuncia existen, respecto al sindicado, al margen de que haya cometido o no la falta que se le imputa, dos posibilidades; que sea declarado culpable o inocente. Si habiendo cometido la falta es declarado culpable o si no cometiéndola es declarado inocente se habrá administrado, en forma correcta, justicia. El problema se presenta cuando no habiendo cometido la falta es declarado culpable o cuando cometiéndola es declarado inocente; se configuran respecto a estas dos situaciones dos importantes errores de decisión, los falsos-culpables y los falsos-inocentes.

En el primer caso se sanciona injustamente a un inocente y en el segundo se deja sin sanción a quien ha cometido una falta. Contribuir, a través de peritajes objetivos e imparciales, a minimizar estos errores constituye una meta de la psicología forense.

En los casos de ASI la prueba pericial constituye un elemento clave para el Juez, por tal razón la supuesta víctima es remitida al Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses para su valoración. A través de ésta pueden detectarse, dependiendo de las características del abuso y del tiempo transcurrido entre el momento en que éste ocurrió y el momento en que es examinado, huellas físicas o no. Cuando se cuenta con evidencia física (heridas en los genitales o desgarros, restos de semen, etc.), el caso prácticamente está resuelto, el infractor debe pagar por su acto antisocial.

El problema se presenta cuando no existe evidencia física; en estos casos, la declaración de la víctima constituye el único recurso con el que se cuenta para probar la ocurrencia del hecho punible e impedir que el delincuente evada la acción de la Justicia. Ante su ausencia, la autoridad a cuyo cargo está el caso, dependiendo de las características del mismo, remite a la presunta víctima al psicólogo forense para que determine si su testimonio es creíble y válido.

La mayor parte de los especialistas coinciden en que en el 95% de los casos de ASI se presenta en el entorno familiar y que el agresor usualmente es alguien próximo al niño (padre, abuelo, tío, padrastro, hermano), un adulto con el que la víctima mantiene relaciones afectivas estrechas y continuas.

Según Elterman y Ehrenberg (1991) el número de denuncias falsas de abuso sexual se ha incrementado en forma significativa. Por ello, a la hora de determinar la validez de los testimonios de los niños hay que ser muy cautos. Las denuncias falsas se presentan especialmente en el contexto de conflictos conyugales, investigar el beneficio que pudiera reportarle la denuncia al cónyuge denunciante constituye un paso obligado siempre que se evalúe un caso de abuso sexual infantil intrafamiliar.

En las estadísticas norteamericanas más recientes se presentan seis veces más acusaciones de abuso sexual en familias en las que hay disputas de divorcio, tenencia y visitas, que en las que esto no está sucediendo. Se debe ser especialmente cuidadoso cuando el divorcio es reciente, hay disputas por visitas y, sobre todo, si uno de los padres se siente agraviado.

Algunos factores pueden enturbiar la veracidad del testimonio de los menores: la edad, la capacidad de fabulación, la limitación de la memoria y la posible sugestionabilidad.

Entre los niños menores y mayores existen diferencias claras en memoria (por la diferencia cerebral son diferentes los procesos amnésicos de acuerdo a la edad), conocimientos previos (fundamental al momento de contextualizar la experiencia y poder relatarla), lenguaje (los niños pequeños tienen mayor dificultad para poner en palabras los hechos), juicio (los niños pequeños tienen mayor dificultad para distinguir fantasía de realidad), y persistencia (los niños mayores tiene mayor obstinación en persistir con un relato).

La fabulación, la incapacidad para distinguir entre los sucesos percibidos (vividos) y los inventados (imaginados), es menos habitual de lo que se cree. Los niños no suelen fantasear sobre lo que no han experimentado, cuando un niño describe en forma detallada y vívida una actividad sexual, no es posible atribuirla a su imaginación (Arruabarrena, 1995).

En relación con la memoria, la diferencia entre los menores y los adultos es más cuantitativa que cualitativa, el recuerdo de los menores de corta edad (3 años) es bastante exacto, aunque menos detallado que el de los niños mayores (8 años) (Goodman, Rudy, Bottons y Aman, 1990). A partir de los 10 años no existen diferencias entre el relato de los menores y el de los adultos (Dent y Stephson, 1979; Arruabarrena, 1995).

¿Es fidedigno el testimonio de los niños?

Los niños casi siempre testifican con precisión, cuando los recuerdan, acerca de eventos vividos, el problema es que los eventos que recuerdan pueden no haberles sucedido a ellos.

Un problema característico del ser humano es que al momento del nacimiento su sistema nervioso es inmaduro, lo que determina que los procesos mentales superiores no funcionen en forma plena. Por ese motivo, cuando se indaga por eventos infantiles tempranos, es prácticamente imposible que los niños entre los dos y tres años recuerden algo. Campell y Coulter plantean que durante los primeros años de vida los niños pueden evocar caras y palabras, pero no pueden retener acontecimientos concretos, o sea, que hay "problemas" en el proceso de almacenamiento de la memoria la episódica. Estas limitaciones pueden constituir un impedimento para que los niños muy pequeños rindan testimonio.

Quienes han investigado la memoria infantil han concluido que fácilmente pueden implantarse ideas y recuerdos falsos de eventos que nunca pasaron. Los estudios indican que a menor edad de niños más propensos son al trasplante de recuerdos falsos. Concuerdan también en que los niños muy raramente mienten cuando ellos cuentan el abuso espontáneamente a alguien de su confianza. Pero que si se los presiona acosándolos mediante interrogatorios pueden terminar produciendo historias que nunca pasaron. Si quien los entrevista hace la misma pregunta en varias ocasiones, algunos niños supondrán que no están dando la respuesta "correcta" y crearán una historia para satisfacer al adulto. La narración de un niño puede ser sutilmente inducida por el entrevistador reforzando las respuestas consideradas "adecuadas" y castigando las inadecuadas. Una vez conformado este relato, puede implantarse como recuerdo en el niño. Cuantas más veces se vuelva al pasado, más sólidos se vuelven los recuerdos. Mientras más larga sea la investigación, más sugestivas y directas las técnicas que se usen y más pequeño sea el niño, es más probable que describa eventos que nunca pasaron.

Respecto a la vulnerabilidad a la sugestión, los niños de 3 a 5 años son más sugestionables que los mayores, pero más en relación con sucesos que no han vivido y menos respecto a hechos que han presenciado o en los que han participado (Diges y Alonso-Quecuty, 1993). La sugestionabilidad individual es la condición psicológica de mayor interés en la evaluación de una declaración. Se ha demostrado que pueden producir declaraciones dudosas o falsas como consecuencia de la interacción entre la susceptibilidad del menor a dejarse influenciar y las influencias sugestivas provenientes de allegados o investigadores.

En general, los menores son más propensos a negar experiencias a las que se han visto abocados -y que son percibidas como traumáticas- que a hacer afirmaciones falsas. La sugestionabilidad es tanto mayor cuanto menos recuerda el niño, cuanto más específicas y más dirigidas sean las preguntas y cuanto menor sea la implicación emocional del niño en los hechos referidos (Goodman y Schwartz-Kenney, 1992). Las investigaciones recientes en sugestionabilidad se han orientado a indagar: los efectos del interrogatorio engañoso, las señales que pueden llevar a la distorsión e inexactitud de los recuerdos, etc.

Los niños no suelen mentir cuando sostienen que han sido objeto de abuso sexual, no obstante, no debe descartarse que pueda ocurrir. Investigaciones realizadas en torno a este punto indican que aproximadamente el 7% de las declaraciones son falsas (fenómeno de simulación), Estudios reciente elevan esta cifra a un 10 % (Danya Glaser, 1999). Jones y McGraw en Denver, encontraron que un 6% de las acusaciones eran deliberadamente falsas y que un 17% eran falsas pero producto de errores de buena fe.

Frente a un niño que asegura haber sido objeto de abuso sexual por parte de uno de sus padres es necesario que se tenga presente, como lo recomiendan Brooks y Milchman (1991), que en torno a situaciones como ésta existen diversas posibilidades: que el hecho efectivamente haya ocurrido, que el niño haya sido objeto de abuso pero no por la persona a la que se acusa, que se estén mal interpretando conductas normales, que uno de los padre esté interesado en tener el control total del niño.

En pleitos por custodia y patria potestad el porcentaje de denuncias falsas llegó aproximadamente al 35% (Raskin y Yuille, 1989; Thoennes y Tjaden, 1990). Se sabe que los niños menores de siete años son incapaces de inventar una historia para perjudicar a alguien, en consecuencia, cualquier historia falsa de abuso sexual necesariamente ha sido instalada en su mente por un adulto. Es frecuente también que, bajo la presión de la familia, los niños se retracten de una denuncia (fenómeno de disimulación), siendo la mayor parte de estas retractaciones falsas.

Si un adulto influyente prepara a un niño para que emita una versión falsa, una vez que éste la interioriza hablará y actuará respecto a ella como si en realidad la hubiera vivido. Una vez sembrados como ciertos hechos que no sucedieron, el niño los sostendrá como tales. Inversamente, es posible lograr que hechos sucedidos sean borrados de la mente; el niño sostendrá que no ocurrieron. Algunos de estos adultos inductores pueden actuar de buena fe, otros motivados por la venganza.

Diversos estudios confirman que los niños pueden proporcionar relatos falsos que les han sido sembrados por una figura de autoridad. Ellos no sienten que estén mintiendo, están convencidos de lo que dicen. Cuando ello ocurre, el niño lo plantea de una forma tan segura que aún los profesionales mejor entrenados en el tema son incapaces de discernir si los hechos sucedieron o no.

No obstante lo anterior, preocupa que ante una denuncia de abuso sexual infantil, bajo el supuesto de que los niños están fabulando, los jueces soliciten a los psicólogos forenses determinar la veracidad de su relato. A pesar que la mayor parte de las investigaciones realizadas señalan que los relatos falsos no sobrepasan el 10%, queda la impresión de que, en el fondo, los jueces dudan que los niños puedan decir la verdad.

Que los niños mienten, que lo que afirman es reflejo de sus fantasías sexuales, que son manipulados por los adultos para alcanzar otros propósitos, constituyen algunas de las suposiciones más frecuentes que se hacen sobre ellos en un proceso por abuso sexual infantil. Pero no sólo se piensa que los niños mienten, también que lo hacen quienes denuncian, e incluso, los mismos psicólogos. Esto es así aunque en los diversos ámbitos de la vida se constata dolorosamente las múltiples secuelas derivadas del abuso sexual infantil.

El psicólogo forense

Iniciar un peritaje con la certeza de que el niño miente o que dice la verdad no es una postura correcta. Al psicólogo forense le corresponde asumir una postura neutral, objetiva e imparcial, por ello está obligado a considerar toda la información existente y a estar vigilante en torno a sus sesgos. De tiempo atrás se sabe que se ve lo que quiere ver. Cuando de entrada se asume que el menor dice la verdad o que miente, es muy probable que durante el proceso evaluativo se privilegian aquellos datos que confirman la hipótesis y se ignoren los que la desvirtúan.

Formular una hipótesis es una postura metodológicamente correcta, lo que es incorrecto es acomodar la información, tomar en consideración la que conviene y desechar la que no conviene. Ceñidos a lo que indican las investigaciones, que los niños pocas veces mienten, es más sano suponer que están diciendo la verdad.

Se sabe que los adultos mienten más que los niños y que, en general, son menos fiables; no obstante no se duda tanto de sus versiones como de las de los niños. Sostener que el testimonio de un niño posee menor credibilidad que el de un adulto es una afirmación no sólo controvertible sino que va, en muy buena medida, en contravía de los hallazgos de la Psicología. Lo que es claro es que los niños y los preadolescentes, como grupo, se ciñen más a los hechos que los adultos; éstos, por su mayor desarrollo intelectual y por poseer una mayor capacidad de abstracción, cuentan con más versatilidad conceptual y más capacidad de maniobra argumentativa, y, en esa medida, con más recursos para desfigurar los hechos y acomodarlos a sus intereses.

No le corresponde al psicólogo forense determinar la inocencia o culpabilidad de un examinado, ese es territorio del Juez, tampoco tomar partido por la víctima o por el sindicado. No es conveniente que asuma la postura de "salvador" de la infancia ni que se deje impregnar de animosidad hacia los abusadores, debe asumir una postura profesional y científica, lo que conlleva contemplar ecuánimemente todos los factores implicados. Su función es muy específica: responder, en forma técnica y científica, a las preguntas que se le formulan.

Si bien la veracidad del testimonio depende de factores idiosincrásicos del menor (edad, equilibrio emocional, conocimientos sexuales, sugestionabilidad, capacidad de fabulación, etc.) y de las características del entorno en el que se encuentra, también depende de los procedimientos de evaluación utilizados.

La evaluación psicológica no es sencilla; evaluar y medir variables psíquicas no sólo es un proceso bastante más complejo que evaluar y medir variables físicas sino que a ello habría que agregar la pretensión de transferir a aquellas el manejo que se le da a éstas.

En el campo forense resulta más sencillo describir el daño físico ocasionado, por ejemplo, con arma blanca en el rostro de una persona, que el psicológico; el médico forense puede determinar en forma inmediata y bastante exacta la longitud y profundidad de la herida y proporcionar sus coordenadas espaciales, no ocurre lo mismo con el psicólogo forense al que usualmente se le pide determinar la existencia de una perturbación psíquica como consecuencia de los hechos objeto de investigación.

El objeto de estudio de las ciencias sociales es más abstracto, más difuso, más etéreo que el de las ciencias naturales. Como consecuencia de ello, los instrumentos psicológicos poseen menor precisión; no alcanzan los niveles de confiabilidad y validez de los instrumentos utilizados en las ciencias naturales.

No obstante que la valoración psicológica forense del testimonio ha mostrado ser útil, queda camino por recorrer, no se cuenta con pruebas estandarizadas confiables y válidas, se carece de información respecto al peso específico de cada uno de los criterios considerados pertinentes y se carece de normas adaptadas a cada grupo de edad y a la complejidad de la experiencia abusiva.

Análisis de la validez de la declaración

Frente a las dificultades que tenemos para evaluar, a los psicólogos forenses no nos queda otra opción que trabajar en la depuración de los instrumentos y los procedimientos existentes, con la mira de tornarlos más objetivos, precisos, confiables y válidos. Es el sentido de este documento. Tomando como punto de referencia lo hecho por otros autores, en otras partes del mundo, respecto a la valoración psicológica forense de la validez del testimonio de niños víctimas de abuso sexual se propone un modelo que en otros países ha mostrado ser funcional: el AVD (Análisis de la Validez de la Declaración).

Es claro que con este documento, y el procedimiento que se propone, no se pretende resolver el problema de la validez del testimonio de las víctimas del ASI; sería demasiado presuntuoso y desproporcionado. Se aspira sí, a contribuir a reducir, así sea en forma mínima, el nivel de incertidumbre usualmente presente en torno a la ocurrencia de este delito. La idea es que en Colombia, al igual que en otras partes del mundo, los psicólogos forenses nos constituyamos en asesores eficaces de las autoridades, que aportemos al ideal de administrar justicia en forma objetiva y justa.

El modelo AVD, una evaluación clínica global, es al que recurren actualmente los peritos europeos y norteamericanos que evalúan a menores víctimas de abuso sexual infantil. Al utilizarlo, el propósito es determinar el grado de ajuste del relato obtenido en la entrevista clínica con los hechos que están siendo juzgados. Se trata de establecer el grado de credibilidad del testimonio en relación con los hechos que se investigan. Está fundamentado en dos criterios (Alonso-Quecuty, 1999): el criterio de realidad, que se basa en la cantidad de detalles periféricos (habitualmente mayor en las declaraciones verdaderas), y el criterio de secuencia, que hace referencia a la presencia de modificaciones en la parte no nuclear del relato (habitualmente más frecuentes en los testimonios veraces). Incluye el Análisis de Contenido Basado en Criterios (ACBC), técnica creada por Steller y Köehnken, que no obstante sus bondades, resulta insuficiente para establecer la veracidad de un testimonio.

El Análisis de la Validez de la Declaración consta de cinco fases: 1) Revisión exhaustiva de la información atinente al caso; 2) Entrevista; 3) Análisis de contenido basado en criterios; 4) Criterio de validación de la información adicional al caso; 5) Integración y análisis de la información obtenida.

1. Revisión cuidadosa de toda la información relativa al caso

En primer lugar, el perito debe realizar una revisión exhaustiva de la información disponible del caso por las vías a las que tenga acceso. Si bien se ha planteado la conveniencia de que el psicólogo que se entreviste con el menor desconozca por completo la información sobre el caso para garantizar una mayor objetividad (Underwager, Wakefield, Legrand y Erikson, 1986; White, Strom, Santilly y Halpin, 1986), esta estrategia puede conllevar una importante pérdida de información.

La lectura y análisis exhaustivo del expediente constituye el punto de partida de la labor del psicólogo cuando se emplea este sistema, se debe leer con detenimiento toda la información contenida en él: las declaraciones de la víctima, del sindicado, los testigos, los familiares, el informe de medicina forense, etc.

Es clave indagar por la razón que llevó al niño a denunciar el abuso. Es importante conocer lo más exactamente posible lo que dijo el niño, el momento en que este hecho se produjo, a quien le reveló su secreto, en qué circunstancias se produjo la revelación y cuál era el estado psicológico del niño en este momento, la reacción de los familiares frente al hecho y las consecuencias de la misma.

Se deben también consignar los cambios que ha sufrido el niño a partir del momento en que sucedieron los hechos, especialmente las alteraciones psíquicas producidas como consecuencia de la situación abusiva. La existencia de una perturbación psíquica es un criterio importante a la hora de valorar la validez del testimonio.

En posesión de este caudal de información, el psicólogo forense está en capacidad de formular algunas hipótesis en torno a la declaración del niño y a los hechos objeto de investigación: el niño describe los hechos tal y como ocurrieron, se encuentra presionado, está ocultando información, está protegiendo al agresor, etc.

2. Entrevista del menor

Culminada la revisión de los documentos existentes, es el momento de entrevistar al niño y conocer su versión respecto a los hechos investigados. La entrevista constituye el medio fundamental de valoración de los abusos sexuales a menores, permite detectar los indicadores significativos relacionados con la existencia de abusos sexuales y determinar si las respuestas emitidas por el niño coinciden con aquellos síntomas comúnmente considerados como efectos del abuso sexual (Cantón y Cortés, 1997; Berliner y Conte, 1993; Echeburúa y Guerricaecheverría, 1998) Existen dos variantes de entrevista: la narrativa (al entrevistado se le formula una pregunta abierta, por ejemplo, ¿qué pasó? y éste se limita a hacer una descripción de los hechos como los recuerda) y la interrogativa (el entrevistado responde a una serie de preguntas puntuales diseñadas previamente por el entrevistador). Alonso-Quecuty (1993a) sugiere la utilización secuencial de las dos formas de entrevistas, primero la narrativa y luego la interrogativa. Es muy importante respetar la secuencia, el invertirlas puede determinar que el entrevistado integre a su relato hechos que no presenció o vivenció y de los que sólo tiene conocimiento a través de los interrogadores.

El entrevistador debe oscilar entre preguntas abiertas que permitan la expresión de la espontaneidad y preguntas directas que aclaren algún dato importante. Las preguntas deben ser cortas, contener una sola idea y construirse bien gramaticalmente. Resulta útil también recurrir durante la entrevista a preguntas que ayuden a poner a prueba la capacidad de sugestionabilidad del niño, además de que nos permitan obtener información adicional del caso (Steller y Boychuck, 1992; Urra, 1995).

La entrevista debe ser realizada por personal idóneo. Algunas entrevistas realizadas a niños no cuentan con una base científica, con un alto costo humano: niños abusados desacreditados porque algunos de sus testimonios fueron invalidados, niños no abusados entrenados para creer que son víctimas de abuso, familias devastadas y litigios prolongados y costosos.

Para la entrevista de niños víctimas de abuso sexual, se sugiere utilizar un recinto amoblado al estilo infantil, en el que se tenga un espejo a través del cual se pueda ver desde fuera, como los usados en las cámaras de Gesell, y contar con un buen número de juguetes, juegos, muñecos, papel, marcadores. La idea es lograr la mayor comodidad posible para el niño.

De tenerse acceso a un lugar como el descrito, el entrevistador realizará la entrevista a solas con el niño, a menos que el niño insista en ser acompañado. En una habitación adjunta, con acceso visual y auditivo a la entrevista pueden estar presentes representantes legales, otros entrevistadores y acompañantes. Durante la entrevista, el entrevistador podrá salir de la habitación e intercambiar ideas con los observadores, pudiendo sugerírsele preguntas adicionales o temas a tratar, brindándosele, de este modo, a todos los asistentes la posibilidad de aportar a la entrevista. La entrevista debe filmarse en su totalidad, desde el ingreso del niño a la habitación. La cinta de video deberá contar con un indicador de tiempo para evitar que sea reordenado o editado.

La entrevista se debe planear; al momento de efectuarla, el entrevistador debe contar con un protocolo que le sirva de guía. Allí deben estar consignados los interrogantes a resolver en el transcurso de la misma. El derrotero a seguir debe adecuarse a las características del examinado y a la situación de entrevista. Conocer lo que hay en la mente del niño, el objetivo de la entrevista: ¿cuáles son las percepciones del niño respecto a lo sucedido? ¿Qué piensa y siente el niño respecto al hecho traumático? ¿Cómo impactó el hecho objeto de investigación al niño?
Es conveniente realizar la entrevista lo más pronto posible, la demora podría dificultar la discriminación entre el recuerdo de algo percibido (generado externamente) y el recuerdo de algo imaginado (generado internamente).

En la línea de maximizar el registro de la información proporcionada durante la entrevista es conveniente que sea realizada por dos entrevistadores; mientras uno hace preguntas, el otro registra las respuestas.

Al final de la entrevista cruzarán sus impresiones. Así mismo es clave filmar la entrevista, con ello se evita revictimizar al menor con múltiples entrevistas y se puede observar la entrevista cuantas veces sea necesario para dilucidar las dudas existentes. En caso que no se pueda filmar habría que pensar, como mínimo, en grabar la entrevista, aspecto clave para capturar y almacenar la información obtenida.

Durante la realización de la entrevista se debe tener presente en todo momento el desarrollo cognitivo del niño.

Para los menores se ha hecho una adaptación de la entrevista cognitiva, se ha diseñado un protocolo de actuación específico, que consta de cuatro fases que el entrevistador debe desarrollar en forma secuencial: a) Entendimiento y compenetración. b) Recuerdo libre. c) Interrogatorio. d) Conclusión.

En la primera fase, de "entendimiento y compenetración" hay que propender porque el niño se relaje y se sienta cómodo, se espera que el entrevistador asuma una postura cálida, amable, acogedora. Se recomienda iniciar la entrevista formulándole preguntas al menor que no guarden relación con los hechos objeto de investigación, de los amigos, los pasatiempos, los programas de televisión favoritos. Para reducir la incertidumbre y la ansiedad del menor es conveniente explicarle la razón por la que se encuentra allí y en qué consiste la evaluación psicológica, así como hacerle ver los beneficios que podría significar para él decir la verdad en torno a lo sucedido. Hacer énfasis en que no está en problemas, que no es culpable de lo sucedido, que no hizo nada malo, que la situación por la que está pasando no le ocurre sólo a él; por ningún motivo se deben realizar juicios ni críticas sobre su comportamiento. Es conveniente propiciar que el niño haga preguntas. Esta fase de la entrevista podría serle útil al entrevistador para evaluar el funcionamiento de los procesos mentales superiores del menor, para precisar si capta lo que se le pregunta, si es coherente en sus planteamientos el estado de su memoria, etc.

En la segunda fase, el "recuerdo libre", se induce al niño, a través de preguntas abiertas, generales, a que narre en forma libre y espontánea los hechos en los que se vio involucrado. En el momento que el entrevistador decide enfocarse sobre la situación objeto de evaluación debe echar mano de preguntas abiertas del tipo: "Por qué te trajo tu mamá aquí", "Por qué estás acá", "¿Qué fue lo que te pasó? ¿Con quién tuviste problemas?, etc. En esta fase, la entrevista debe ser dirigida pero no estructurada e ir de lo general a lo particular. Como con frecuencia los niños creen que los adultos ya saben lo que ocurrió y además han sido aleccionados para que no hablen con desconocidos, hay que alentarlos a contar todo. Durante la narración el entrevistador debe adoptar una postura de escucha activa, evitando intervenir durante las pausas y silencios, no es conveniente interrumpir al menor cuando esté proporcionando su versión de los hechos, se sabe que el recuerdo espontáneo aumenta la exactitud de la información.

El entrevistador debe estar concentrado, alerta, para captar aquellas señales que pudieran estar asociadas al hecho que se investiga. Tratándose de niños, que poseen menos control sobre sus reacciones, es vital prestarle atención al lenguaje gestual, al lenguaje no verbal, al tono de la voz, los llantos, las pausas, los silencios, las miradas, los movimientos, etc. Cuando el niño se disperse es conveniente enfocarlo pero sin forzarlo. También estimularlo, manifestándole que está haciendo bien las cosas.

La tercera fase, el "interrogatorio", está caracterizada básicamente por la presencia de preguntas específicas. Una vez que la narración del entrevistado ha terminado, el entrevistador puede proceder a formular preguntas en torno a aquellos aspectos que desee aclarar.

A medida que transcurra la entrevista las preguntas se van haciendo más específicas y más cerradas. Por ejemplo: "cuéntame la última vez que te pasó (o la primera)", o "cuéntame la vez que recuerdas mejor… ¿por qué lo recuerdas mejor?". Es necesario controlar la formulación de preguntas sugestivas, de preguntas que llevan implícita la respuesta. No es conveniente utilizar la pregunta ¿por qué?, puede hacer sentir culpable al niño; tampoco recurrir a preguntas dicotómicas, del tipo "sí o no".

El propósito fundamental de una entrevista es recoger información. Sin embargo, también se produce un flujo de información del entrevistador al entrevistado. Al formular una pregunta el entrevistador le informa de manera indirecta al entrevistado lo que el ya sabe y que información le falta; asimismo las reacciones del entrevistador a las respuestas pueden ubicar al entrevistado.

Repetir la misma pregunta puede transmitirle al entrevistado que el contenido de la misma es importante e inducirlo a archivar esa información. También puede indicarle que el entrevistador se encuentra descontento con la respuesta proporcionada, le indica que debe mejorar su respuesta. La retroalimentación negativa también puede darse explícitamente, señalando en forma abierta que una parte de la declaración es improbable, increíble o inaceptable, y que, en consecuencia, debe cambiarse.

El tipo de preguntas que se le hagan al menor estarán determinadas por su edad, su nivel de desarrollo, su capacidad de comprensión, su estado psicológico, el tiempo transcurrido desde los hechos.

Una entrevista bien realizada debe hacer claridad sobre los aspectos claves del ilícito: ¿Qué ocurrió? ¿Cuándo ocurrió? ¿Dónde ocurrió? ¿Cómo ocurrió? ¿Se le pidió no contar lo ocurrido? ¿Hubo coerción o amenazas? ¿Quiénes estuvieron involucrados en la actividad abusiva? ¿Fue incrementándose la actividad sexual? ¿Qué nexos existen entre el abusador y la víctima?, ¿En qué circunstancias se produjo el primer encuentro sexual?, ¿Durante cuanto tiempo se produjo el abuso sexual? ¿Qué cambios se han producido en la víctima como consecuencia del abuso sexual? ¿Cuál es el modus operandi del abusador? ¿Cómo se descubrió el hecho?, ¿Por qué la víctima no les contó a sus padres sobre lo que le estaba sucediendo? ¿Cuál fue el nivel de participación de la víctima?

En el transcurso de la entrevista es necesario indagar si como consecuencia de los hechos objeto de investigación el examinado presenta perturbación psíquica y si ésta es de carácter transitorio o permanente. Es más probable que sea veraz el testimonio de un menor que presenta perturbación psíquica que el de uno que no la presenta. No obstante, hay que ser muy cautos con los resultados de la evaluación, se ha dado el caso de niños que no habiendo sido víctimas de abuso sexual presentaban las secuelas emocionales características del mismo, también el de niños que habiendo sido objeto de abuso sexual no mostraban alteraciones significativas en su conducta.

La cuarta fase, el "cierre de la entrevista", constará de una recapitulación en la que se indagará, usando un lenguaje adaptado a la evolución del niño, sobre si lo obtenido en entrevista es correcto. En este momento es conveniente generar un espacio para que el niño resuelva dudas o inquietudes.

Es importante concluir la entrevista de una manera positiva, se puede volver a hablar de temas neutros o positivos para el menor y se le debe felicitar por el esfuerzo realizado en la rememoración de los hechos. Al generarse una atmósfera de bienestar y confianza se tiende un puente hacia posibles encuentros futuros. (Soria y Hernández, 1994; Arruabarrena, 1995).

Que el niño pueda hablar del abuso sexual puede requerir más de una entrevista. Si se requiriera entrevistar al niño nuevamente hay que hacérselo saber. Quien dirigió la primera entrevista debe dirigir las siguientes, ello evita que el niño suponga que se le pregunta más de una vez porque miente y que tienda a retractarse.

3. Análisis de Contenido Basado en Criterios (ACBC)

Una vez realizada la entrevista, se realiza el análisis del contenido de la declaración (Horowitz, 1991; Raskin y Yuille, 1989; Yuille, 1988). Se analiza el contenido del testimonio del niño y su nivel de ajuste a la realidad a través de la aplicación de 19 criterios de realidad, que se encuentran aglutinados en cinco categorías. Hacerlo exige que la entrevista haya sido filmada o grabada, ello permite revisar en forma reiterada el testimonio del niño sin exponerlo a reiteradas evaluaciones, evitando de esta manera su revictimización. Los 19 criterios de credibilidad son:

  • Características Generales. los criterios que componen esta categoría se refieren a la declaración tomada en su totalidad y están orientados a valorar tanto la consistencia lógica del relato como la abundancia de detalles aportados.
  • Estructura lógica (coherencia y consistencia interna).
  • Producción inestructurada (presentación desorganizada).
  • Cantidad de detalles (presencia de detalles o hechos distintos).
  • Contenidos Específicos. Esta categoría engloba aquellos criterios referidos a la riqueza de los contenidos concretos.
  • Engranaje contextual (ubicación espacio-temporal de la narración).
  • Descripción de interacciones (cadenas de interacción entre los participantes de los hechos objeto de investigación).
  • Reproducción de conversación.
  • Complicaciones inesperadas durante el incidente (interrupciones abruptas).
  • Peculiaridades de contenido. Estos criterios evalúan la presencia de detalles o referencias que aumentan la concreción y viveza del relato.
  • Detalles inusuales (referencia a hechos poco frecuentes).
  • Detalles superfluos (detalles irrelevantes, que no aportan en forma significativa a los hechos).
  • Incomprensión de detalles relatados con precisión (explicitación de detalles que el menor no comprende).
  • Asociaciones externas relacionadas (información externa a los hechos pero relacionada con ellos).
  • Relatos del estado mental subjetivo (referencia a creencias, cogniciones, sentimientos propios).
  • Atribución del estado mental del autor del delito (referencia al estado mental del agresor y atribución de motivos).
  • Contenidos referentes a la motivación. Se incluyen criterios que permiten extraer información sobre la motivación del niño para hacer la revelación y que permiten igualmente evaluar el grado de credibilidad.
  • Correcciones espontáneas (modificaciones a fragmentos de la declaración).
  • Admisión de falta de memoria (aceptación de lagunas de memoria).
  • Plantear dudas sobre el propio testimonio.
  • Autodesaprobación (actitud crítica sobre el comportamiento personal).
  • Perdón al autor del delito (se tiende a favorecer al sindicado).
  • Elementos específicos de la ofensa. El único criterio incluido en esta categoría recoge los detalles característicos de la agresión supuestamente sufrida y cuya presencia favorecería la confirmación de la misma.
  • Detalles característicos de la ofensa (descripciones que contradicen las creencias habituales sobre el delito).

Cada uno de estos criterios puede ser puntuado (según esté ausente, dudoso o claramente presente9 mediante 0, 1 ó 2, respectivamente. El resultado (es decir, la determinación de si el testimonio es o no creíble) se encuentra finalmente basado en estimaciones clínico-intuitivas. La declaración tiene que ser puntuada tomando en consideración las capacidades verbales y cognitivas del niño, así como la complejidad de los sucesos ocurridos (Séller y Koehnken, 1989).

Los diferentes criterios de contenido previamente mencionados pueden analizarse como presentes o ausentes, o puntuarse en cuanto a fuerza o grado en que aparecen en la declaración. En cualquier caso, éstos, si se manifiestan, se interpretarán en el sentido de que la declaración es verdadera en tanto que de su ausencia no puede desprenderse que sea falsa. En términos de la evaluación del sistema, diversas investigaciones demostraron que los relatos reales de los sujetos contienen más criterios del CBCA que aquellas acusaciones falsas (Steller, 1989; Landry y Brigham, 1992).

En relación con este paquete de criterios, es conveniente tomar en consideración lo planteado por Alonso-Quecuty (1999) "la búsqueda de un listado de criterios que le permitan realizar el análisis de la credibilidad ha pasado por alto algo que es aún más importante que ese listado: dominar los procedimientos de entrevistas a menores presuntamente víctimas de estos delitos".

4. Criterio de validación de la información adicional al caso

Conviene siempre recurrir a otras fuentes de información con el objetivo de valorar la probabilidad de que la declaración del menor sea o no fruto de su invención o de la coacción de terceras personas. Entre las fuentes de información adicional a las cuales se recurre se cuenta:

Características psicológicas:

1.- Adecuación del leguaje y conocimientos.
2.- Adecuación del afecto.
3.- Susceptibilidad a la sugestión.
Características de la entrevista:
4.- Preguntas coercitivas, sugestivas o dirigidas.
5.- Adecuación global de la entrevista.

Motivación:

6.- Motivos del informe.
7.- Contexto del informe o declaración original.
8.- Presiones para presentar un informe falso.
Cuestiones de la investigación:
9.- Consistencia con las leyes de la naturaleza.
10.- Consistencia con otras declaraciones.
11.-Consistencia con otras pruebas.

Entre las características psicológicas del menor debe valorarse si el estilo del habla y el nivel de conocimientos del menor se corresponden con su edad y experiencia. De no ser así, aunque no se puede concluir la falsedad del relato, le resta validez al testimonio del menor. Es necesario analizar el tipo de afecto que manifiesta el menor durante la entrevista, así como la congruencia del mismo con el contenido del relato. También el grado de sugestionabilidad del menor.

En cuanto a las características de la entrevista, es necesario analizar el estilo de las preguntas realizadas por el entrevistador, así como la adecuación global de la entrevista a la víctima. La existencia de preguntas dirigidas, coercitivas (preguntas-trampa) o mal planteadas –preguntar prematuramente por determinados datos interrumpiendo o reforzando sistemáticamente a la víctima- da lugar a una declaración que no es susceptible de ser analizada con los criterios expuestos del análisis del contenido.

También deben considerarse los posibles motivos que podría tener el menor para proporcionar una versión falsa. Se debe analizar la relación previa entre la víctima y el agresor, así como las posibles consecuencias que puedan derivarse de la acusación para cada una de las personas implicadas. Conviene ubicar la revelación inicial de la existencia del abuso en el contexto de la situación familiar de la víctima, no descartar la posibilidad de que existan presiones externas o de terceras personas para que el niño mienta.

Por último, la comprobación de la validez de la declaración debe incluir una ratificación del testimonio. Se trata de una serie de aspectos fundamentales que el entrevistador debe tener en cuenta antes de concluir el análisis de la declaración. Por un lado, es necesario valorar en qué medida las descripciones proporcionadas por el menor son realistas y coherentes con el sentido común y con otras declaraciones prestadas por la víctima o por otras personas relacionadas con el caso. Comparar la declaración que se está analizando con otras proporcionadas por el menor permite conocer su capacidad de recuerdo y los posibles efectos de sugestión tanto de la presente entrevista como de las realizadas con anterioridad. Del mismo modo, el hecho de detectar contradicciones en el testimonio del menor respecto a las declaraciones prestadas por otras personas no significa necesariamente que el menor esté mintiendo, pero puede reducir la veracidad global de su testimonio.

Finalmente, se deben tener presentes las distintas evidencias o pruebas físicas que existan en el caso, así como la posible contradicción de éstas con algún aspecto de la declaración del menor (Séller y Boychuk, 1992).

5. Integración y análisis de la información obtenida

Una vez que se cuente con la información requerida, se procede al análisis clínico-forense. Es conveniente que la conclusión a la que se arribe se de en términos probabilísticas. Quienes llevamos tiempo trabajando en este campo, sabemos que no es posible dictaminar en términos absolutos, hacerlo no corresponde a la realidad de lo investigado, la certeza en este tipo de situaciones es una utopía, constituye apenas un punto de referencia.

La fiabilidad de todo el procedimiento recae, en última instancia, en el evaluador. Es por ello que la intervención debe ser realizada por profesionales con alta formación y experiencia así como con una alta capacidad de objetividad (Alonso-Quecuty, 1993a). Por eso, es imprescindible un entrenamiento exhaustivo.

Discusión

La valoración psicológica forense, no obstante que desde hace más de veinte años se lleva a cabo en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses se encuentra en Colombia escasamente desarrollada. Se espera que con el cambio de Sistema Judicial esta situación se modifique y pueda colocarse al nivel de otros países.

En el marco de la reforma al Sistema Judicial, al psicólogo forense se le plantean nuevos requerimientos que exigen a su vez conocimientos y técnicas especializadas desde las cuales poder responder. Un tópico complejo de abordar lo constituye la valoración del testimonio, especialmente en el caso de menores víctimas de abuso sexual, ámbito en el que los procedimientos y procedimientos utilizados han demostrado ser insuficientes.

En esta nueva fase los psicólogos forenses, muy probablemente, vamos a tener problemas porque carecemos de instrumentos específicos de evaluación forense (test, entrevistas, cuestionarios, etc.) y de los conocimientos y habilidades requeridas para desempeñarnos en un juicio oral. Es claro que los requerimientos que impone el nuevo sistema no sólo deben ser asumidos por los profesionales del Derecho, sino que nos competen a todos aquellos que cumplimos un rol en la Administración de Justicia.

En relación con los procedimientos a utilizar es importante que, en todo momento, se tenga como eje central de la evaluación lo que la Convención sobre los Derechos del Niño (1989) ha definido como el interés superior del niño, referente a la consideración que les corresponde a todos los actores involucrados en el proceso, de velar por la integridad psíquica, física y moral del niño. Ello significa, palabras más, palabras menos, que hay que evitar recurrir a cualquier procedimiento que pudiese contribuir a su revictimización.

Dado que se inicia una nueva etapa, sería deseable que pudiéramos evitar cometer los mismos errores a los que se han visto abocados los psicólogos forenses europeos y norteamericanos. Es de esperar que las experiencias vividas en estos países nos puedan servir de punto de referencia para analizar la adecuación de los métodos de evaluación y, en caso que sea necesario, que es lo más seguro, depurarlos, todo ello en aras de prestar un mejor servicio en nuestra calidad de auxiliares de la Justicia.

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